Huevos duros, asado a la olla, papas cocidas, sandwiches de jamón y queso, sandwiches de jamón sin queso (por la famosa lactosa), ensaladas de tomate, de pepino, queque, duraznos, melón y por supuesto varias bebidas heladas al punto de la congelación para que duren todo el día. De todo. ¿Para qué se preguntaran?, lo mismo me pregunto ahora, "después de". Preparar toda esa cantidad de refrigerios, me llevó algunas horas, ya que los comensales seríamos 5. Me acosté tarde, pero no importaba, ya que lo pasarían tan pero tan bien, que el esfuerzo valía la pena. El reloj, sin una pizca de piedad, me despertó a las 08:30 de la mañana. Me levanté rápido, había que preparar el desayuno y dejar un poco ordenada nuestra humilde morada antes de salir rumbo al lugar que según internet les encantaría a grandes y chicos. Luego de trasladar fuera de la cama mi animado y cansado cuerpo (animado por el paseo y cansado por la preparación del mismo), tuve una rara necesidad de abrir las cortinas. Luego de esa inocente acción vino algo así como una sensación de incredulidad ante el panorama que tenía antes mis ojos...nubes grises se habían tomado el cielo y no se les notaban ganas de querer emigrar a otro lado. Bueno, pensé, es muy temprano, seguramente saldrá el sol en una rato más. El optimismo se me fue a la punta del cerro, por no decir algo menos diplomático, y les avisé a todos los integrantes de mi querida y comprensiva familia, que el paseo no iba. Cero drama, "que rico, voy a dormir un poco más", "podríamos ir a otro lado", no importa mamita". Así que nos quedamos en casita y almorzamos parte de lo que teníamos destinado al paseo frustrado. La idea era ir al día siguiente, como iba a ser tanta la mala suerte que volviera a amanecer nublado. Cocí algo más de papitas y carne y esperamos que pasara luego el día feo y llegara pronto el día lindo. Todo de nuevo, despertador, desayuno, un poco de orden y...al paseo!. Lindo el lugar, árboles, flores, pastito, una piscina para bebés, una piscina de 80 centímetros de profundidad, otra de 1 metro y una para adultos de 1,60 metros. O sea, para todas las necesidades y gustos. Mi marido y yo tomamos café, los niños comieron sandwiches y salimos a conocer el lugar. Y ahora la pregunta que generó este deseo inaguantable de expresarme aquí : ¿quieren ir a bañarse?...cri cri, cri cri. Oh, pensé, no me escucharon, seguramente es por el ruido que hacían un par de lagartijas que se andaban paseando cerca nuestro, por lo que volví a formular la preguntita, ¿quién quiere ir a bañarse?...cri cri, cri cri. Mantuve la calma, respiré profundo y decidí cambiar de táctica, así que le pregunté a cada uno.
"Xapecín ¿quieres ir a bañarte?
Ya mamita
"Tin ¿quieres ir a bañarte?
No, prefiero ir a la cama saltarina
"Pit, quieres ir a bañarte?
No, voy a acompañar al Tin
"Luis, quieres ir a bañarte?
No, gracias, leeré mi libro.
Bueno, no fue un 100%, pero un 25% es mejor que nada ¿verdad?
El asunto es que la pequeña una vez que metió una patita al agua, perdió la noción del tiempo y del espacio, pero se veía tan feliz que yo hasta olvidé que no me había puesto nada de bloqueador solar.
Mientras Xapecín se bañaba a diestra y siniestra y yo me achicharraba observándola llena de orgullo, mis otros retoños saltaban como malos de la cabeza en la tan atrayente y económica ($500 los 10 minutos) cama saltarina. Mi marido bajo la sombra de un árbol terminaba de leer su libro.
Luego de almorzar, Pit, mi hija de 14 años, decidió meterse al agua, y se fue a la piscina grande acompañada de Tin. Cuando me vio aparecer decidió que yo tenía que meterme al agua para acompañarla, ya que no quería sentirse sola (en casa se encierra sola en su pieza a leer, ver televisión, meterse a internet, etc y nunca ha necesitado de mi tranquilizadora presencia). Bueno, ¿para que están las madres?, para meterse al agua no más aunque tenga una la urgente necesidad de tirarse un ratito a la sombra a no hacer nada. Una vez que nos salimos de la piscina, noté que mi hijo de 10 años, Tin, estaba tan seco como había llegado, así es que decidí acompañarlo amablemente a la otra piscina. Llegamos, miró, estiró su toalla, se acercó al borde, y se volvió a donde estaba pacientemente su dulce y comprensiva madre, o sea yo. Se sentó a mi lado y miraba para allá, para acá, pero de actitud de bañista...nada. A a esas alturas, no había que tener un postgrado para darse cuenta de que el muchachín no tenía ninguna intención de meter ni la punta de la uña del dedo chico del pie derecho al agua, por lo que le pregunté ¿no quieres bañarte? ante lo cual respondió con un rotundo no. Bueno, una madre no se da por vencida a la primera, por lo que decidí atacar de nuevo con un ¿porqué no quieres bañarte?, pregunta cuya respuesta me hizo perder un poco la poca paciencia que a esas alturas me quedaba, "porque me cargan estos lugares con tantos cabros chicos", ¡puchas y ¿porqué viniste entonces?!...y soltó un "Yo no quería venir". Me acordé de lo cara de las entradas, de lo lejos del lugar, de la media pega que me di cocinando hasta tarde en la noche, de la hora al médico que tuve que anular por el cambio de día, de la araña que me había caído encima mientras almorzábamos y se me vino a la cabeza un "¡Y ahora me lo vení a decir!"